Eran las 6:23 de la mañana y como siempre no podía dormir esperando una llamada, una carta o una simple noticia en la radio.
Buscaba una esperanza de que hubiese vuelto a su amada tierra después de un robo injustificado la libertad.
Tomó su taza de café con dos cucharadas de azúcar, leyó el periódico en la espera de llevar una buena nueva a su querida Ana, quien todavía en la cama sabía que nunca llegaría el retorno a la grande y amada justicia.
Una carta les llegó de parte de su madre, en ella decía que tras dos largas e interminables noches su padre había sido torturado y asesinado brutalmente, sólo quedó el abrigo rasgado por unas manos llenas de ira y locura y empapado de lágrimas por una desaparición aún sin respuesta.